El noctámbulo
Informativo
amplio Edición Viernes Hoy 12
de septiembre de 2.020 nº 53 Precio: 2
reales
Aviso de la redacción
Este número iba a salir a la
palestra a finales de junio, pero las circunstancias y que el director volvió a
retirarse a su cabaña en el desierto de Gobi, retrasó casi tres meses la
edición.
SUMARIO
1.
TESTIMONIO DE VIDA, por Juan Quintín
2.
EL BUEN VIVIR, por Luigi Palatino
3.
RINCÓN DEL VIRUS, por Cortázar jr.
4.
ESQUINA OESTE CINE: Mattias&Maxime,
por Julia Blanc-Sec
5.
ESQUINA NORTE
LIBROS: Lo que yo llamo olvido, por Julia
Blanc-Sec
6.
DESTELLOS DE MI MUNDO, por Marta Díaz
7.
AL DIRECTOR QUE LE DEN
8.
LEYENDAS URBANAS, por El matritense castizo
9.
GALERIA DE SOUVENIR
TESTIMONIO
DE VIDA N0 53
CONFESIONES
Por Juan Quintín
Con esto de tomarme la temperatura y medir mi
nivel de oxígeno, como Santa Teresa no vivo en mí.
Lo cuál se traduce en que no tengo ganas de
escribir.
Recuerdo que en mi vida he tenido varios
confinamientos. El primero durante la guerra civil, de casi tres años o sea que
aprendí a andar en el pasillo de nuestra casa. Después una reclusión de unos
dos meses en el Cuartel de Getafe, hasta jurar bandera. No cuento de una
reclusión placentera en un hotel de Gran Canaria, porque fue muy corta. También
tuve que estar encamado un mes en la UCI del Hospital Puerta de Hierro cuando
unas tuberías internas se atoraron y me produjeron una doble embolia. Debió
haber mas reclusiones, pero ya no me acuerdo o fueron muy breves.
En el número 52 me quedé en el final de mi
servicio militar obligatorio, que para el personal normal suponía su
confirmación de adulto. Para mí que termine con más de 24 años, no necesitaba
confirmarme de adulto y dentro de mí en las profundidades de mi sentina, sigo
siendo un jovenzuelo que muchas veces se ríe de sí mismo. En los momentos
actuales mucho me temo que empiezo a reírme como las hienas.
Estoy planificando mis nuevos testimonios.
Iré describiendo experiencias y por supuesto
aciertos y errores.
CHARLETAS DE CONFINAMIENTO
Por Luigi Palatino
Devo confessare che, nel mio ristorante, nonostante il
confinamiento, non cuociamo confites.
Hay un restaurante de la competencia que hace
unas estupendas tartas de queso a las cuales yo después las doy il mio tocco maestro de rociarlas con una adecuada adición de mermelada de arándanos.
Decía un mentor que tuve, un tal Juan Quintín,
que el mejor blanco es un tinto y el mejor postre un queso. También decía que
terminar una buena comida con dulces es un toque de inmadurez gastronómica.
Aquí en mi ciudad, el día que avisaron lo de
la alarma, el personal se arremolinó en los supermercados y vaciaron las
estanterías con especial fijación en el papel higiénico. Al día siguiente todas
las estanterías estaban llenas y las ansias se calmaron.
Como no pude lucir mis habilidades culinarias,
en este tiempo de reclusión monacal, caí en la tentación de practicar cocina
japonesa que luego me comía entre-pan como bocadillo exótico
Empecé por el clásico Ramen, después me pasé
al conocido Sushi y presa del aburrimiento llegué al Katsudon.
Los ingredientes son 140 ml del citado Sake, 1 cc de zumo de Yuzu, 60 ml de Tónica, hielo y una rodaja de limón como ornato.
Lewis no empleó zumo porque dijo que las
frutas le producen flato, aunque fuese en gotas.
Por Cortázar jr.
· El futuro imperfecto de la
mirada
Se han acabado los abrazos y los besos, llega
el tiempo de la mirada, de las miradas y de los gestos que tienen que decirlo
todo. El futuro se parece al libreto de una obra teatral de mimo que viene para
cambiar nuestra identidad. La crisis es sanitaria y económica pero también
cultural y psicológica.
Escondidos detrás de la máscara,
depositamos toda nuestra confianza en los ojos. Cuanto más bonitos mejor, pero
valen todos; aunque –nos lo enseñaron de pequeños- ya sabemos que hay miradas
que matan.
Separata
cultural Edición conjunta El
noctambulo 12 de septiembre 2.020 nº 53 Precio: 2 reales
Por Julia Blanc-Sec
“Matthias&Maxime”, una
de las primeras películas que se estrenaron en salas de cine, a dos días del
final del estado de alarma provocado por la pandemia de Covid-19 y cuando ya
toda España había salido del confinamiento, es una excelente noticia, un paso
más hacia esa normalidad que llamaban nueva y que resultó que ni era normal ni era nada nuevo porque se me escapa
quien puede llamar normal a una sociedad enmascarada, que la calle Fuencarral
parece el carnaval de Venecia cuando en Venecia se habían hartado de tanto
turista y querían espantarlos.
Pero volvamos a lo nuestro. Estrenada en el Festival de Cannes 2019,
donde la crítica no fue unánime y también los aplausos sonaron divididos, es el
octavo largometraje del canadiense québécois
Xavier Dolan (“Laurence Anyways”, “Yo maté a mi madre”, dos veces premiado en
Cannes, con “Mommy” en 2014 y “Hasta el fin del mundo” en 2016) que nos habla
de la juventud, la amistad, los conflictos entre generaciones y las
preferencias sexuales, temas todos ellos recurrentes en este realizador,
considerado en sus comienzos como “el niño prodigio del cine canadiense de
habla francesa”.
En Montreal, en un
variopinto grupo de amigos de la
infancia, la hermana de uno de ellos- una snob que masca chicle continuamente y
habla en una desesperante mezcla de inglés y francés- tiene que rodar un corto para la universidad
y pide a dos de los chicos, Matthias y Máxime,
-heterosexuales, uno prepara su
viaje de exilio a Australia y el otro está a punto de casarse- que participen
besándose.
Tras el beso, que no es
algo anodino, los chicos (interpretados
por Gabriel D’Almeida Freitas y el propio director, Xavier Dolan) empiezan a
interrogarse acerca de sus preferencias en materia sexual, lo que les lleva a
comportarse de manera extraña para el resto del grupo, a replantearse sus metas
existenciales y a hacer que se tambalee
el equilibrio de su círculo social.
Mezcla
de confidencias personales y ficción, para el realizador Dolan « es una
historia de amor y amistad muy diferente de lo que he hecho antes, concentrada
en un grupo de amigos que se interrogan sobre su lugar en la sociedad, el amor
y el género. Es una película distante, menos latina ».
Se puede ver el tráiler en:https://youtu.be/2kNWbHu_X08
ESQUINA NORTE: LIBROS
Por Julia Blanc-Sec
Lo
que yo llamo olvido, para leer aguantando
la respiración
Una frase, una sola y única
frase que se extiende a lo largo de las 58 página de esta peculiar novela
titulada Lo que yo llamo olvido (Anagrama
,2013), escrita por una de las voces más
originales y auténticas de la más puntera literatura francesa, Laurent Mauvignier. Una única frase que es como una
ola invasora que nos sumerge sin haberla visto venir, para convertir en un
relato de ficción la historia de Michaël Blaise, martinicano de 25 años, a
quien el 29 de diciembre de 2009 mataron a golpes cuatro “seguratas” de un
supermercado de Lyon bajo el ojo vigilante de una cámara que lo grabó todo.
Michaël, como nuestro protagonista sin nombre, había cogido una lata de cerveza
de una estantería y se la había bebido sin poder llegar a suponer, ni
remotamente, que aquel gesto le valdría salir del centro comercial en una
camilla, con la cara cubierta, camino de la morgue.
Había entrado en el
establecimiento sin una meta, anduvo
deambulando un poco por los pasillos hasta que decidió dirigirse a la zona de
bebidas. Cogió una lata de cerveza “de las de abajo, las menos caras, en un acto
reflejo porque nunca llevaba dinero para pagarlas”, tiró de la anilla y se
la bebió. “No sé en qué pensaba al apagar
su sed. Por el contrario estoy seguro de que entre el momento en que entró en
el supermercado y el de su detención por los vigilantes, ni él ni nadie habría
podido imaginar que no saldría nunca”.
Mauvignier se ha comprometido
hasta el tuétano con un suceso que se presentaría como ordinario, incluso banal
si su protagonista no hubiera perdido la vida, y ha prestado su voz a un desconocido; carece de
importancia saber de quien se trata pero en todo caso no es un testigo neutral,
es alguien que conoció a la víctima y que en un sola frase intenta explicar lo
que pudo ocurrir al hermano del muerto ,
y de paso al lector, en un relato entrecortado que camina atrás y adelante como
acostumbra a hacerlo la vida, pasando del “yo” al “él”, hasta trazar un dibujo
casi completo de aquel torturado anónimo
“ justo hasta el momento en que no le
quedará más que la desnudez y el frío
tumbado en un colchón de hierro o de acero inoxidable, y también, prendida a un dedo del pie, una etiqueta con
su nombre, un número”.
Una frase, una única frase,
sin mayúscula inicial y sin punto final, una escritura que únicamente se sirve
de las comas y evita magistralmente los puntos, una frase que se mueve en
espiral a lo largo del relato ampliando el radio de la descripción, aumentando
la visión del suceso hasta convertirlo en esa imagen que se hace definitivamente
nítida cuando se le aplica la lupa del desmenuzamiento de los hechos, cuando
como en el mejor periodismo ya casi periclitado la narración responde a las
seis preguntas fundamentales que debe contestar la descripción de la noticia;
sin interpretaciones, con la mayor
objetividad de que es capaz el escritor, los hechos descarnados son suficientes
para mover al lector a la indignación y la compasión.
Desafortunadamente, la
sociedad que nos ha tocado en suerte se ha vuelto casi insensible a los detalles,
nos hemos acostumbrado a pasar corriendo
junto a los mendigos, los sin techo, los emigrantes sin papeles, los
maltratados por la vida, los maltratados también por la fuerza, el estado, la
policía y los vigilantes privados; una sociedad en la cual “la muerte no es el acontecimiento más triste
de mi vida” porque lo que es triste “en
mi vida es este mundo con seguratas y gentes que se ignoran en sus vidas
muertas como esta palidez, esta muerte constante de cada día”. Y, como
testimonio, esas palabras de un fiscal asegurando que un hombre nunca debería
morir por tan poco.
“Cada vez que abrimos un
libro de Laurent Mauvignier parece que la desgracia del mundo hincha sus
páginas –leo en el comentario de un lector apasionado-. Pero Mauvignier no es un cocker triste
encargado de anunciar las malas noticias, es un escritor. Toda su obra
demuestra que la compasión no necesita del melodrama, que el duelo no es un
consuelo ni el dolor una renta; que el silencio es un grito”. Porque en el
libro la víctima no pronuncia una sola palabra, es su silencio el que recorre
las páginas, el que explica que no debería morir ahora y que “con la muerte se termina el miedo a morir”.
En este caso la muerte no forma parte de la vida como es habitual, la muerte es
un hecho diferenciado, inesperado, bastante insólito y desde luego
injustificado e injusto, que hace que la vida pueda escaparse bruscamente
cuando momentos antes todavía podíamos tocar, sentir, ver todo lo que teníamos
alrededor.
El fiscal lo ha entendido: “un hombre no debe morir por tan poca cosa,
es injusto morir por una lata de cerveza”. Aunque el fiscal, lo mismo que
los periodistas, pretenderán comprender lo que ha pasado intentando
circunscribir a la víctima en una categoría: sin techo, ladrón, vagabundo, con
antecedentes, rebelde…, una categoría que pueda justificar la muerte violenta,
darle un sentido, normalizarla; en una palabra, intentarán convertir la
realidad en un “reality”, para
adecuarla a las normas en vigor.
Escribir
sobre esta absurda desaparición es, de alguna manera, una forma decir “yo me
acuerdo, me acuerdo de ese drama, me acuerdo de ese hombre y sobre todo me
acuerdo del valor de una vida, cualquiera que sea. Es luchar contra la pequeña
muerte cotidiana”. Lo que ha hecho Laurent Mauvignier escribiendo Lo que yo llamo olvido y resucitando a ese chico que deambulaba
frecuentemente por las calles cercanas a Montparnasse, arrastrándose
desde por la mañana en un vagabundeo errático salpicado de relaciones sexuales
con hombres y mujeres, es también un
loable ejercicio de memoria colectiva y al final “ una historia indignante
evocada en una única frase que discurre sin principio ni final como la vida que
continúa a pesar del aislamiento, el rechazo, la injusticia y la muerte”.
Traducción Javier Albiñana
ISBN 978-84-339-7861-5
58 páginas, 8,45 €
DESTELLOS DE MI MUNDO nº 53
Por
Marta Díaz
CRUCEROS
El viaje de placer en los barco que
dura varios días, o semanas en que se hacen escalas en diversos los puertos
para efectuar visita turísticas.
Los cruceros por el Mediterráneo
estas vacaciones hará los cruceros por el Caribe, o donde sea diferentes de los
Océanos de los mares donde miramos y nos vayamos.
Realizar largos viajes y brindar un
sinfín de los servicios de los pasajeros, que la abordan los viajes de los
cruceros en la actualidad unos de los referentes mas claros de los estilos
de turismos marcando por el lujo, la
opulencia y comodidad.
Los barco cuenta con montones
camarotes para los pasajeros, para que descanse y desconectases, para hacer excursiones cuando
lleguemos a los Puertos, con autobuses, o andando y disfrutando el día.
Lo mejor de todos es disfrutando
las actividades que se hace con los monitores, también tiene yacusis, gimnasios
un poco de todo.
No perdáis las vistas y lo mejor de
atardecer hasta que se esconde el sol y sale el horizonte todos tipos de las
lunas y ya nos metemos a las cubiertas y vamos a cenar.
Las cenas es divertidas porque
disfrutar mucho nos tocas el pianos, o la cena de Capital hay que ir bien
vestidos, a veces se disfrazan los camareros y nos pones los platos típicos de
las ciudades turísticos que dejamos atrás.
Después de cenar siempre hay
espectáculos, o rifas, bingos para entretener por las noches antes de ir a
dormir.
A principio de todo nos hacen
varios simulacros como hacerlo, no va a pasar nada, para que estemos preparados
y como colocamos los chalecos para flotar en los mares.
Grafiti bizantino
Manía tunecina de coleccionar piedras blancas
Cerrado por confinamiento
¿Existió alguna vez?
El noctámbulo, nº 53 / 5ª Época
/ 23 de Junio de 2.020 Página
1
Cumpliendo la reglamentación vigente, señalamos que el
Propietario y Director de El noctámbulo y de Posada Literaria es el señor don Luis Díaz Garrido, mayor de edad en exceso,
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