El noctámbulo
Informativo
amplio Edición diaria. Hoy 13 de Febrero
de 2.018 nº 5 Precio: 1 real
BAGATELAS POLÍTICAS
FANTASMAS
DEL RECUERDO
Por Inés España
Hay momentos en que
tropiezo de nuevo con personas que en su día me interesaron.
Me abordan de forma
imprevista y, en ese momento, detengo el reloj del tiempo, me siento y medito,
llamando desesperadamente a recuerdos que o no vienen, o vienen deformados.
Esto me ha ocurrido con
Carlos, el terrorista venezolano, prisionero y condenado en Francia.
En la edición digital de EL
PERIODICO, un artículo de Mercedes Arancibia, me sacude el recuerdo
Me acerqué, hace muchos
años, mediante mis entonces ávidas lecturas, a la personalidad de Chacal,
sobrenombre adjudicado por no sé quién, a Ilich Ramírez Sánchez, “Carlos”
En la foto, que imagino actual, figura un hombre de
sonrisa, ligeramente sardónica o cínica, venezolanamente vestido, con una
especie de guayabera y un pañuelo anudado, con estilo, al cuello.
Con una faz sonrosada, producida por haber trasegado
caldos y alcoholes en buena parte de su vida.
Es un hombre que acepta su
destino y que prevé su futuro y cuál será el dictamen de los jueces que ahora,
a sus 67 años, añaden una condena más, a su currículo.
Independientemente de los
valores que su padre, millonario y marxista ortodoxo (lo cual suena a una contradicción
de un hombre aburrido, tal vez, diletante), haya podido inculcarle, a él y a
sus hermanos, y fijándonos en sus años de
bohemia dorada en Londres y en los seminarios rusos, quedaría por conocer que
le impulsó a ser el abogado de los palestinos y de los sirios. (Tal vez quería
emular a su padre y actuar como un enfant terrible)
Lo cierto, es que esa
sonrisa irónica no hace desvanecer el rostro de un asesino, con muchos
cadáveres sobre sus elegantes ropas. Ni sirven para ocultar su condición las etiquetas
que quieran ponerle como cruzado del antiimperialismo.
Llegué a la figura de
Chacal a través de un libro y de una película. Indagué sobre su vida y sus
acciones. Tuve la suerte de poder hablar, en Venezuela, con un familiar, (en el
sentido romano de este calificativo) cuando su nombre surgió de forma
inopinada, en la sobremesa en un restaurante vasco, situado en el espacio
boscoso del Ávila, la montaña que protege a Caracas.
Otro día hablaremos de este
restaurante, con la carta en vascuence e inglés y con la ikurriña presente.
Posiblemente Chacal no
saldrá de su celda al aire de la libertad, lo mismo que sus víctimas nunca
volverán a reír y a disfrutar de la vida.
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IMÁGENES
DE UNA SOCIEDAD AGONIZANTE
·
Imagen de un Palau, convertido en recaudador
de óbolos destinados a la cultura catalana y que terminaban en bolsillos
particulares.
·
Imagen de un Parlamento, empeñado en
convertirse en un circo, a la mayor gloria de los ávidos en ser portada de los
medios.
·
Imagen de una lista interminable de
mercaderes, del dinero ajeno, para su propio beneficio
·
Imagen de hombres malditos, airados y
martirizadores de sus parejas.
·
Imagen del show continúo del hombre más
poderoso del mundo, rodeado de su tribu.
·
Imagen de maestros seculares y clericales
profanando, para siempre, la inocencia de tantos niños y adolescentes
·
Imagen escandalosa de futbolistas, sin
ningún mérito intelectual, millonarios obscenos, en un país en el que se
incrementa la pobreza, día a día y en cuál no hay apoyo a los científicos
·
Imagen, la peor de todas, de cadáveres de
refugiados, ahogados, ante la indiferencia y pasividad de todos, en un Mar que
antes era Nostrum y que ahora es fosa común, de nuestra civilización.
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TESTIMONIO DE VIDA
LA
NIÑEZ PREOCUPADA
Por
Juan Quintín
Mis recuerdos de niñez no
son los de un patio sevillano, oliendo a naranjas.
Los míos son más obscuros,
con una amalgama de colores y sabores por la aportación de la achicoria, las
gachas con harina de San Antonio, el pan de higos, los boniatos y las castañas
calientes, asadas con carbón vegetal de encinas.
Yo no pegaba cromos
coloreados en álbumes cuidados, pero si cortaba cupones de la cartilla de
racionamiento.
Mi primer contacto con la
vida comercial y financiera la obtuve en la negociación con las señoras que, en la entrada de la estación de Metro de Antón
Martín, vendían pan y tabaco de lo que entonces se llamaba estraperlo.
Había una que
proclamaba: “Lo tengo rubio, lo tengo
negro”.
En aquellos tiempos, había
canje de cupones de tabaco, ya que mi padre no fumaba, por cupones de
alimentos.
Recuerdo la técnica
depurada de mojar un huevo frito con la mínima expresión de pan.
Fueron años difíciles,
continuación de los terribles años de la guerra.
No pueden ser recuerdos
vividos, son recuerdos inducidos, ya que hablo de mis tres primeros años de
vida, coincidentes con los años de guerra.
Recuerdos que se asocian al hambre y al frio.
Mi padre, apolítico por
excelencia, tuvo un carnet de la UGT, para que mi madre pudiese acudir a las
interminables colas para alimentos.
Mi madre luchaba por la
subsistencia de todos. Al empezar la guerra, en
casa había una pequeña reserva de leche condensada y un par de botellas de vino
dulce, el denominado vino generoso. Los botes de leche debidamente racionados
fueron mi alimento en los primeros días. Después ni mi madre sabía de qué
estaban hechas las papillas que me daba. Posteriormente, hablaba de que algunas
eran de algarrobas.
Mi madre, acompañada de la
muchacha que se quedó con nosotros durante toda la guerra, ya que no pudo
reunirse con su familia, “residente” en la zona nacional, periódicamente iba
andando desde nuestro domicilio, cercano a la
Plaza Mayor de Madrid, hasta el pueblo de San Sebastián de los Reyes.
Allí, en el pueblo, vivían unos lejanos primos de mi padre propietarios
de un huerto, unas viñas y unos terruños de tierra de cereales. Creo que además
eran arrendatarios de unos pequeños terrenos propiedad, tal vez por
transmisiones hereditarias consecutivas, de mi padre.
Se portaron muy bien los
primos del pueblo, de los que ya hablaré más adelante.
Mi madre regresaba con una
arpillera que envolvía verduras y algunas frutas, con la ilusión de poder
aportar algo a unos vacíos fogones, y con el
temor de que en algún control de milicianos le confiscaran lo obtenido con
tanto esfuerzo.
Al finalizar la guerra hubo
un reparto de alimentos. Un vecino obtuvo unos garbanzos crudos y mientras
volvía a su casa los fue comiendo, como un Pulgarcito actuando al revés.
Al llegar, bebió agua, se
le debieron hinchar los garbanzos y murió
Tengo una imagen de
aquellos primeros tiempos de posguerra.
Este sí es un recuerdo vivido, ya que
nadie me lo pudo inducir:
Veo a mi abuela, en una mesa
familiar con todos nosotros, bajo la luz cenital de una lámpara circular de cristal, levantando una hogaza
como una enorme hostia y consagrarla, bendiciendo a Dios, por el regalo del
pan.
Cumpliendo la reglamentación vigente,
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