domingo, 26 de agosto de 2018

El Noctámbulo, nº 31 del domingo 26 de agosto de 2.018


El noctámbulo
Informativo amplio              Edición Domingo  Hoy 26 de AGOSTO de 2.018    nº 31              Precio: 2 reales





SUMARIO
1.     TESTIMONIO DE VIDA, por Juan Quintín
2.     DESEMPEÑO Y LUCHA, por Sir Lewis Wooster
3.     BAGATELAS POLITICAS  Receta filosofal, por Inés España
4.     ESQUINA SUR: MÚSICA “El Tango capitulo primero”, por Julia Blanc-sec
5.     ESQUINA NORTE: LIBROS “Silencio en Milán” por Julia Blanc-sec
6.     ESQUINA OESTE: CINE  “Hotel Salvador” por Julia Blanc-sec
7.     DESTELLOS DE MI MUNDO, por Marta Díaz
8.     LEYENDAS URBANAS, por El Matritense castizo
9.     AL DIRECTOR QUE LE DEN
10.   


TESTIMONIO DE VIDA

LA  ALEGRE ADOLESCENCIA VI
Por Juan Quintín

Empecé mi vida deportiva pegando patadas a un balón, mejor dicho una pelota que se pinchaba fácilmente y que normalmente era surtida por el hijo rico de la clase. En los recreos, todos los cursos compartíamos el campo de futbol que se parcelaba en numerosos campos reducidos para jugar cada una de las secciones de los cursos.
La única regla era patadón y p´alante. Si destacabas podías pasar al equipo del Instituto en algunas de sus categorías y pelear, que no jugar, contra el Colegio del Pilar u otros.
Me especialicé de portero pero tuve una vida efímera. Acabó cuando un mayorcete me tiró un penalti con tal potencia que me incrustó en la valla que cerraba el campo y que delimitaba mi portería. Este dolorido avatar se unió a dos experiencias anteriores que me impresionaron. Una fue como se hinchaba por momento la parte del cuello bajo la nuca de mi compañero García Paredes al que le propiné un soberbio puñetazo al saltar, en mis deseos de despejar un córner. (García Paredes era además defensa de mi equipo) La otra experiencia sucedió al tirarme a los pies del delantero contrario y recibir una patada en el labio superior. En la enfermería me lo curaron con algún punto tan eficaz que me selló la boca por una temporada, en la cual viví una dieta de líquidos absorbidos por la comisura mediante un macarrón. Entonces el maldito plástico no había aparecido y las pajitas naturales se atascaban con el alimento. La solución parece buena, salvo que con el calor del líquido el macarrón se ablandaba y perdía su correcta orientación.
Tal vez no fueron solo estas experiencias negativas, ya que en el Ramiro se jugaba y mucho al baloncesto. Podría decir que jugué en el ESTUDIANTES pero sería mentira. No pasé de pelotazos al aro desprovisto de malla.
Entre futbol y baloncesto nos entreteníamos con juegos consistentes en correr como locos delante de alguien que te perseguía para hacerte maldades, como una llave de lucha romana ya que no sabíamos que había algo llamado judo.

Otro deporte era una barbaridad llamado “El Burro”. Los de un equipo, normalmente siete o nueve, formaban una fila agachándose e introduciendo la cabeza entre las piernas del compañero de delante. Los del otro equipo saltaban impulsando su cuerpo al poner las manos en las posaderas del último de la fila. El truco era saltar e intentar dejar el sitio para los compañeros siguientes, de manera que cabalgasen el mayor número posible sobre los sufridos agachados. Ganaba el equipo de arriba si los de abajo se desmoronaban por el peso
Creo que este entretenimiento no tiene hoy día mucho que ver con las maquinitas y los comecocos

El ESTUDIANTES está asociado al Ramiro desde sus inicios. Su escudo es similar al escudo del Ramiro y su color es el azul del mismo.  Fue escalando divisiones hasta llegar a primera división, en la que se mantiene con mayor o menor fortuna.
Fue, y es cantera de muchos deportistas de élite, muchos de ellos de la formada por las aulas del Ramiro.
En esos almuerzos mensuales que he referido se comentan partidos y jugadas, y algunos de los comensales han sido o son de la Junta Directiva.

El Jefe de estudios del Ramiro era Don Antonio Magariños, impulsor del equipo y que imprimió carácter a todas las promociones del Instituto. Asociado a un pito muy sonoro, no te permitía tirar un papel al suelo y terciaba con justicia en las peleas. El castigo por los papeles, aparte de llevarlo a la papelera y por el camino recoger otros si los hubiera, podría subir hasta quedarte sin cine el sábado. Las peleas, además del cine podían costarte unos días de descanso en casa, precedidos de una atenta nota para tus progenitores.
Mi curso, el C, le regaló por suscripción popular un pito de plata, entregado el día de la fiesta del Instituto en el transcurso de un partido de futbol entre profesores y alumnos. De todas formas seguimos recogiendo papeles, una aptitud que sigo practicando. (En el debido contexto del tiempo, hay que pensar que por entonces los bares y tabernas estaban alfombrados de papeles)
El pabellón actual del Estudiantes lleva su nombre
 
https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Magariños


Su magisterio despojado totalmente de matices políticos y centrado en la enseñanza rigurosa de la legua latina que amaba, dejó una amplia huella en muchas generaciones que a día de hoy le recuerdan. En el 50 aniversario de su muerte se celebró un merecido homenaje a su figura. (Wikipedia)


DESEMPEÑO Y LUCHA

LA GUERRA DE LOS 35 AÑOS III

Por  Sir Lewis Wooster

En aquel polémico artículo sobre el cemento que escribí nada más incorporarme a las filas cementeras, describía mi impresión de novato de que una fábrica de cementos me parecía algo incongruente y en demasía gigantesco. Todo ello para machacar piedras, reducirlas a polvo a base de golpes con bolas de acero, formar bolitas de polvo y agua, secarlas y quemarlas con temperaturas superiores a 1.500ºC para luego enfriar las piedras obtenidas, denominadas clinquer, molerlas hasta hacerlas polvo, añadir yeso y otros productos y obtener algo gris, polvoriento que, con agua y si no las retirabas a tiempo, el malvado fraguado podía pillarte las manos.
 O sea un despropósito visto serenamente
Imaginaros si con esta aprensión me ordenan que me entere y haga lo posible para que el polvo gris sea blanco.

Don Augusto había contactado con un ingeniero belga que había practicado el noble deporte de hacer cemento blanco en Egipto. Ignoro los resultados.
Mi cometido era acompañar al señor ingeniero y asumir, como un papel secante de los antiguos, su ciencia infusa,  así como asistir a las reuniones técnicas de Don Augusto con su conocido.
Le recogí en Barajas y le llevé hasta la fábrica de Guadalajara. Hecho que repetí desde, o hacia su hotel en los días siguientes.
El buen belga era con perdón un coñazo épico
El truco del blanco es enfriar el clinquer, que sale del horno a más de 1.000ºC, pero muy rápidamente para conseguir una vitrificación urgente que pueda cambiar su estructura y volverla cándida y blanca, como el alma de una doncella de las de antes.
Dicho así parece fácil pero lo que no me esperaba era tener que desempolvar mis conocimientos de cálculo infinitesimal, volver a las integrales y a las leyes de la termodinámica y de fluidos, al objeto de diseñar unas balsas con agua.
En ellas caería el clinquer, organizándose una sauna industrial con el vapor desprendido. Una cadena de anchos eslabones, situada en el fondo de las balsas, arrastraría el clinquer, extrayéndolo de la balsa y depositándolo mansamente en el suelo formando artísticos montones.
Pero intentar combinar temperaturas, cantidades de reposición de agua fría para sustituir las pérdidas por vapor, la profundidad del agua y por tanto sus gradientes de temperatura, la velocidad de la cadena para lograr el tiempo justo de enfriamiento y que no se empapara el clinquer, ya que se lleva mal con el agua, teniendo además en cuenta el tiempo y las festividades locales, nos obligaba a dilatados y complicados cálculos sin la ayuda de un PC que entonces no eran muy conocidos.
Si aguanté aquello aguanto, incluso a mi edad, lo que me echen.
Entendí aquello del estoicismo de mi gente inglesa y no perdoné a los belgas lo de Dunkerque

Mi consumo de gintonic se acrecentó exponencialmente. Al señor belga le encantaba el cabrito, con perdón, de Jadraque.
En servilletas grasientas escribía una y otra vez integrales.
Se fue el belga y heredamos una instalación al lado de la cual había que estar en los momentos de producción con la regla de cálculo, un termómetro y un traje de Pescanova.

Al final el hornero, hispánico, bajito y con boina, manejaba el cotarro a ojo de buen cubero, liberándome de reglas y termómetros.
El clinquer obtenido, vítreo con iridiscencias verdosas, una vez molido por la maldita costumbre de machacar todo, ahora con bolas de cerámica, daba origen a un buen cemento blanco muy apreciado en zonas del Sur y exportable a los países árabes

En los capítulos siguientes me detendré en esta fábrica de Guadalajara, la más peculiar de todas las que tenía la Empresa. En ella viví episodios que raramente tenían que ver con el cemento.



BAGATELAS POLITICAS
LA RECETA FILOSOFAL
Por Inés España
Pesa sobre mí la amenaza del señor director, de bajarme el estipendio de mi colaboración si tiño mi columna de cualquier matiz o colorín político.

Supongo que no me tendrá en cuenta si traigo a la misma una bagatela, pronunciada de forma rimbombante el pasado 20 de agosto por el señor Maduro
Al fin y  al cabo esta columna es para bagatelas

Explicando a los venezolanos la posible solución para los males económicos que les hace sufrir, les dijo que tenían la solución ya que habían llegado a concebir la fórmula salvadora y que esta era:
“Cero mata a cero”
Con su aplicación inmediata Venezuela sería la mayor potencia económica y se aplicaría a todos los países para lograr una economía saneada

Catedráticos de Harvard y estudiosos de Chicago, intentan analizar esta receta filosofal y el tipo de alquimia que la haga efectiva.
Para mayor despiste, un viceministro económico leyó a continuación un informe económico en el que aseveró que un trabajador bolivariano de una pizzería trabaja 8 horas diarias, cada uno de los cinco días de la semana, lo que hace totalizar su productividad en 800 horas mensuales.

El desconcierto mundial es entendido. Con fórmulas y cálculos como estos no hay economía que se resista.
Todo lo anterior podría ser un chiste pero resulta que son palabras que caen sobre un millón de desplazados y sobre un pueblo que asiste a una hiperinflación de un millón por ciento.
No parece que sea momento de bromas

 

La alegre Buhardilla
Separata cultural Edicionconjunta El noctambulo de Hoy 26  de Agosto de 2.018 nº 301     Precio: 2 reales

ESQUINA SUR: MÚSICA
Por Julia Blanc-sec

Nuestra colaboradora Madame Julia Blanc-sec, se ha ofrecido a publicar en tres capítulos sus impresiones sobre un género musical, antiguo pero sensible para muchas mentalidades, independientemente de su edad
Serán tres capítulos y para no romper su ilación los publicaremos en números sucesivos



Tango, capítulo primero: “El último café” (Roberto Goyeneche)


El tango, dijo el sabio Enrique Santos Discépolo, su máximo creador,  es un pensamiento triste que se baila. Ese pensamiento triste lo llevaron a las dos orillas del río de La Plata aquellos emigrantes del primer tercio del siglo XX que salieron de Europa con intención de comerse el mundo al otro lado del Atlántico y que, escribe Ernesto Sábato en “Antes del fin”, en su mayoría encontraron otro tipo de pobreza, causado por la soledad y la nostalgia, porque mientras el barco se alejaba del puerto veían como sus madres y sus novias “se desvanecían hacia la muerte, ya que nunca los volverían a ver”. De ese irremediable desconsuelo nació la más extraña canción que ha existido y que en sus orígenes cuenta historias de hombres y mujeres, de amores frustrados, de celos y engaños, de venganzas, recuerdos y olvidos.
La música se perfeccionó el día que un marinero, puede que holandés y seguramente errante, apareció con un bandoneón en alguna esquina de Buenos Aires. El baile lo inventaron los y las “tristes” –lumpenproletariado, bacantes de falda rajada y macrós de chaqueta ajustada y pañuelo blanco al cuello- que se agarraban con fuerza para pisotear nostalgias y abanicar melancolías en las baldosas  blancas y negras del piso de un bailongo de arrabal, con la fachada cubierta de madreselvas en flor y el caminito a ninguna parte terminando en el mar.

“El último café”, letra de Cátulo Castillo y música de Héctor “Chupita” Stamponi,  pertenece al género de tango-canción que popularizó Carlos Gardel en los años 1930 y Roberto Goyeneche (“el polaco Goyeneche”) elevó a la categoría de sublime una década más tarde. Es un tango clásico, cuenta una historia casi completa; lo que falta en la fábula corre a cargo del oyente o el bailarín.
El poeta Cátulo Castillo nació en 1906 en Buenos Aires, hijo del anarquista español José González Castillo, quien estuvo a punto de acabar con el empleado del registro civil que se negó a inscribir al niño con el nombre de Descanso Dominical. Finalmente optó por llamarle Ovidio Cátulo: Ovidio por el poeta romano desterrado por César Augusto y Cátulo por el poeta rebelde que se enfrentó al emperador.

El compositor Héctor “Chupita” Stamponi nació en 1916 en la localidad italiana de Campana y desembarcó en Buenos Aires veinte años más tarde, junto al poeta Homero Expósito y el violinista Enrique Francini, que también forman parte de la historia del tango.
Roberto “polaco” Goyeneche, una de las voces con mayúscula de la tradición del tango, nació en 1926 en el barrio porteño de Saavedra -donde una calle lleva su nombre- en una familia de origen navarro. Apodado “el polaco” por el color claro de su pelo, desde muy joven frecuentó los cafés y cabarets donde se refugiaban los artistas de la segunda generación del tango. Llegó al mundo de los grandes del género tras ganar un concurso de voces nuevas, aunque pasarían años antes de que pudiera grabar su primer disco; hasta entonces fue chófer en el colectivo de la línea 19, taxista y mecánico. Amante del fútbol, siempre hincha fiel del club Atlético Platense.

Cuando saltó el charco en sentido inverso, y fue aclamado en el Teatro Chatelet de París, los críticos le llamaron “Gardel reencarnado” y “arquetipo de la última estirpe de bohemia porteña”: el manejo de los acentos y los silencios, y el arrastre de algunas palabras o el susurro intimista de un verso le convierten en un vocalista irrepetible, imposible de ser confundido con ningún otro.

En Youtube, una internauta ha escrito debajo del vídeo de la canción: “Me lloré toda…”

El último café
Llega tu recuerdo en torbellino
Vuelve en el otoño a atardecer
Miro la garúa, y mientras miro
Gira la cuchara de café
Del último café
Que tus labios con frío
Pidieron esa vez
Con la voz de un suspiro
Recuerdo tu desdén
Te evoco sin razón
Te escucho sin que estés
Lo nuestro terminó
Dijiste en un adiós
De azúcar y de hiel
¡Lo mismo que el café
Que el amor, que el olvido!
Que el vértigo final
De un rencor sin porqué
Y allí, con tu impiedad
Me vi morir de pie
Medí tu vanidad
Y entonces comprendí mi soledad
Sin para qué
Llovía y te ofrecí, el último café.


ESQUINA NORTE: LIBROS
Por Julia Blanc-sec


Silencio en Milán: fragmentos de recuerdos de una ciudad que ya no existe



«I  più bei giorni della mia vita cominciarono in questa città i primi di novembre. Sono trascorsi da quella data vari anni, e con essi è trascorsa la mia breve giovinezza e la sua felicità». (Los días más hermosos de mi vida comenzaron en esta ciudad a principios de noviembre. Desde aquella fecha han transcurrido varios años, y con ellos han transcurrido mi breve juventud y su felicidad)
[Anna Maria Ortese, Poveri e semplici]



Yo conozco “la Milano” de Ana María Ortese (1914-1998), ese Milán que, en los primeros años ’60, arrastraba todavía las secuelas de una guerra y una posguerra. Yo conozco esa estación central con pretensiones “asirio-babilónicas” (“Solo juntando varias imágenes de  libros de geografía y de historia, apenas deteriorados, y varios aspectos de los monumentos y de las más intensas y salvajes soledades del mundo; solo recordando aquí un templo indio, allá un osario azteca, así como alguna tumba egipcia y un triste blancor romano, podremos formarnos un a idea de la fachada”), yo he visto a esa gente deambulando sin meta por calles de edificios sucios mientras espera que suene la alarma que le indique que debe regresar al sur. Yo he estado en esos cafés angostos para pobres, apenas una barra en la entrada que casi llega hasta la calle  y el mostrador de venta de tabaco.

Yo he caminado junto al Naviglio Grande quitándome  mosquitos a manotazos. Yo he comido en trattorias minúsculas donde era la pasta del día, o nada. Yo estuve en todos los Corsos, al final de los cuales se vislumbraban imponentes edificios de piedra gris mussoliniana, en las calles sin salida, en los “condominios”, en las habitaciones en penumbra, en los pensamientos y los sentimientos en sordina de los protagonistas de Silencio en Milán, una obra menor escrita a modo de sucesivos reportajes sobre aquella ciudad que treinta años más tarde se transformaría en un grito de referencia de la moda y el diseño de vanguardia (este es el momento de decir que detrás de la vanguardia de la modernidad milanesa, en el reverso de esos escaparates del lujo y el progreso, hace nada seguían estando los apartamentos familiares, nunca excesivamente luminosos, donde la mamma o la nonna continuaba amasando pasta fresca cada día). El “gran Milán” no es otra cosa que lo que han dado de sí aquellas familias que hace un siglo emigraron al norte en pos de un obrero metalúrgico, un mecánico del automóvil o un campesino que buscaba dar un giro de 360 grados a su vida).

Basta ver una fotografía de hace cincuenta años para comprender de golpe cuanto han cambiado las cosas. En Milán y en todo el mundo. Yo estuve allí en el salto de una década a otra, 1960/1970,  conocí a aquellos comunistas bizarros que bautizaban a sus hijos, charlé con aquella gente llegada “da Napoli in giù” (de Nápoles hacia abajo), personas anónimas y un poco perdidas  hechas de cansancio, sueños y esperanza, siempre moviéndose, siempre en busca de la propia identidad (“el mar humano, la respiración profunda de Milán”).
Las posguerras tienen esa virtud: que te cargan de fragmentos de recuerdos y sería un pecado que se perdieran para la posteridad. Ana MariaOrtese (1914-1998), periodista, escritora, narradora de los momentos insignificantes más próximos al neorrealismo de Milagro en Milán que de los posteriores seriales televisivos, cuentista de quienes viven al margen del éxito, ignorados detrás de la imagen brillante del éxito y el bienestar, escribió en las páginas del semanario L’Expresso las vivencias de Silencio en Milán y las publicó después, en forma de libro, en 1958.

Ya no existe la ciudad de Silencio en Milán, no existen aquellas personas ni aquellos momentos, silenciosos ambos, a los que Ana María Ortese puso voz: las familias recién llegadas de los inmigrantes, los trabajadores de los tres turnos de una industria que se autopropulsada, las personas que ni siquiera sabían lo que buscaban, el viejo profesor, la puta sin clientes, los pequeños delincuentes del reformatorio, el aristócrata mecenas y arruinado, personajes de  un país envejecido por la guerra, un poco incivil y muy hambriento. El silencio del Milán que caminaba a paso de gigante hacia el desarrollo era el silencio de la pobreza, de los marginados, de los locos, de la ciudad que aleja a sus habitantes “para terminar confinándoles en periferias cada vez mayores, todas tristes, todas iguales”.

Casi veinte años después de su muerte se reeditó en Italia la obra de Ana María Ortese, aquien  la crítica internacional sitúa a la altura de Elsa Morabnte, Virginia Wolf o Katherine Mansfield. He buscado, y las grandes distribuidoras españolas tienen otros dos  títulos de la Ortese en sus catálogos: “El colorín aflido” y “El mar no baña Nápoles” (Il mare non bagna Napoli), con el que ganó el prestigioso Premio Viareggio en 1953. En sus 84 años de vida escribió cerca de treinta libros.

Editorial: MINUSCULA
Colección Paisajes narrados
Traducción de César palma
ISBN: 9788495587879
Barcelona, 2012
170 páginas, 13,30 €.



ESQUINA OESTE : CINE

Por Julia Blanc-sec

"Hotel Salvación ", comedia fúnebre a orilla del Ganges  
En contra de lo que pudiera pensarse, "Hotel Salvación", primera película del indio Shubhashish Bhutiani, no es una película sobre el final de la vida sino sobre nuestra condición de mortales, a través de un viaje a la ciudad sagrada de Benarés, actualmente Vârânasî, y las diferentes percepciones que tienen del mundo y las tradiciones tres generaciones de una misma familia, cuando el abuelo decide cumplir con la tradición hindú de acudir a Benarés para morir a orillas del Ganges. Una comedia, en cierta medida macabra, pero alegremente macabra.

En Benarés, una de las ciudades más antiguas del mundo y asociada a la espiritualidad, el misticismo, el yoga y la medicina  Ayurveda, se encuentran los hoteles de la salvación, donde todo aquel que lo desee puede alquilar una habitación durante 15 días con la esperanza de morir allí y liberarse del Samsara, o ciclo de las reencarnaciones. Una vez pasado ese tiempo, si no se ha muerto debe dejar el sitio a otros huéspedes.

Daya, un anciano ex profesor, siente que ha llegado su hora y quiere trasladarse a Benarés para morir allí y salvarse. Su hijo Rajiv le acompaña a regañadientes, dejando su trabajo y su familia precisamente cuando su hija Sunita está a punto de contraer matrimonio. Llegados a la ciudad santa, padre e hijo alquilan una habitación en el Hotel Salvación. Allí conocen a gente divertida, estrambótica, a filósofos y resignados…Daya se divierte redactando necrológicas, entre otras la suya, y siguiendo el vuelo de las almas libres que abandonan los cuerpos. Pero pasa el tiempo y no parece que Daya esté al borde la muerte. Esos días de espera sirven para que los espectadores asistamos a ceremonias fúnebres y fiestas  rituales, y para que las dos generaciones se conozcan mejor, el hijo abandone sus reticencias y ambos acaben comprendiéndose y reconciliándose.
 “Hotel Salvación” es, no puede negarse, una película dulce y amarga, cómica y sentimental, triste pese al tono optimista de muchas situaciones; una mirada risueña sobre la muerte, y realista sobre las vidas paralelas de los dos hombres, a lo largo del trayecto: mientras Daya cumple los rituales que marca la tradición, Rajiv no cree en ellos. 

Con delicadeza, y enfrentando los problemas de la India contemporánea -un país que se encuentra entre los que encabezan la cuarta revolución industrial, la de la tecnología-  con el tiempo suspendido en Benarés, el joven realizador  de 27 años intenta mostrar de paso la transición que se está operando en el subcontinente habitado por más de 1.300 millones de personas.
Trailer:
https://www.youtube.com/watch?v=ih_tZudvZ_4




DESTELLOS DE MI MUNDO
Por Marta Díaz
PAZO DE MEIRÁS,  LA CORUÑA

Pensamos entre todos qué nos gustaría que el Pazo pueda ser un museo, para  los estudiantes, para los discapacitados intelectuales y para todo el mundo.
Así aprenderíamos  algo  más de esa Historia qué sé está perdiendo.

LA NAVIDAD

¡Qué rápido pasan los meses! ¡Ya tenemos Las Navidades encima!
Lo más importante de ellas estar con los familiares, amigos,….
Con las personas mayores, para qué  no estén solas.
Con ellas siempre nos parecen las Navidades como una anticipada despedida esperada.



AL DIRECTOR QUE LE DEN


Sr. Juan Quintín

Si me permite y con el debido respeto le diré que es Ud. un merluzo al confundir el nombre del DODGE BARREIROS y poner un DODGE BARRIENTOS que rechina a los que fuimos felices usuarios del maridaje gallego norteamericano
Tal vez como me comenta un buen amigo común tuvo, señor Juan, un subliminal despiste natural a su provecta edad.
El lector número cinco y último




Leyendas Urbanas

Una de las leyendas más antiguas de Madrid se refiere a cuando un soldado cristiano, en la conquista de la ciudad, trepó por una de las torres de la muralla de la entonces Magerit, ayudándose de dos puñales que iba clavando entre los sillares de la Torre. Parece ser que el Rey Alfonso, que tenía buena vista, dijo que parecía un gato y de ahí le viene el sobrenombre de “gatos” a los madrileños.
Más prosaico, lo de gatos es por la afición de los madrileños a comer pescado, lo cual ha hecho que Madrid sea por volumen el primer puerto de España.

El Matritense castizo



El noctámbulo, nº 31 / 4ª Época  /  26 de Agosto de 2.018                                                                                                                                
Cumpliendo la reglamentación vigente, señalamos que el Propietario y Director de El noctámbulo y de  Posada Literaria es el señor don Luis Díaz Garrido, mayor de edad en exceso, español.                                                                   proisa@digimedia.es







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